... y otra vez venía a ella el recuerdo de esa cubeta llena de cadáveres que aquella niña deliciosamente delicada le había mostrado esbozando una enorme sonrisa, de esas que la embobaban, enmarcando esa cara pizpireta. La frialdad de los huesos descarnados contrastaban con el vigor de la risa que se escapaba de su boca para fundirse en la selva. El recuerdo de una anécdota surrealista que nunca olvidó y que venía a su mente en momentos como este.
"¿Cuántas cubetas habría llenado ya? ¿cuántos cadáveres sumaba en total? ¿cual era el tope de matanzas que podría resistir?..." De una cosa estaba segura, no quería abrir más aquella tapa. Las calacas nunca le gustaron y menos si le recordaban antiguas amistades. Así que ahora se queda con los labios tersos y las pupilas inmensas, nada de mandíbulas congeladas y cuencas sin ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario