
La sensación que peor llevo es la de estar sometida a un juego de la ruleta rusa autoimpuesta. Cada vez que aparece hay algo de agonía en mi, pero también flaqueza y cierta esperanza: la bala sigue ahí.
La canica que rueda la he tirado yo, con cada vuelta su volumen aumenta. Llevo los ojos vendados y solo espero un BANG certero. Noto la venda, ejerce una ligera presión en mi cráneo gracias al fuerte nudo con la que está atada. Todo mi cuerpo siente la presión de la venda. Mi cabeza late y oigo el golpeteo de la canica; el golpeteo de la canica; el golpeteo de la canica; el golpeteo de la canica.... La ruleta gira, la canica corre, mi sangre se agolpa.
El caos y la crispación buscan refugio en en los territorios sin ley. Ya estoy fuera del sendero correcto, mis manos han cargado la pistola. La condena me otorga libertad condicional: una vez en el error no existen decisiones incorrectas. Impávida gracias a la seguridad que da ser una maldita, inmóvil en un oasis lleno de zarzales que he dejado crecer. Soy una proscrita recluida bajo destierro voluntario. Fuera la vida, la sociedad, los cuerpos con horizonte. Me he apostado en una partida eterna en la que soy víctima y verdugo. No tengo un último movimiento, no tengo as en la manga. Me creo en mi última escapada, el juego donde solo es posible perder es mi deus ex machina particular. Mi estatus de loser evita la frustración del fracaso. Pero las espinas de los zarzales penetran mi piel. Está bien así, debe ser así. Me vendo los ojos pero nunca podo los zarzales.
Estoy sentada con los ojos vendados hundida entre zarzales. Un ruleta rueda con una canica. Un pistola sin bala reposa en mi vientre. Mi mente ha querido inventar la bala. La culpa ha urdido una tortura perfecta.
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