Yo le digo que las chicas buenas no tragan. Él me dice que no empiece con los jueguecitos de siempre, que esto es serio.
3 am. Cinco birras y un gintonic. Un objetivo.
“Hasta que te tragues el humo”
Mis argumentos no son mucho mejores, llevo dos gintonics y sostengo la tercera birra.
“Tú mismo, son tus pitis”
Da una calada más y el cigarrillo pasa de sus labios a los míos. Yo sé el final de partida, pero jugar me divierte. Si hay humo, labios y un portal más.
“¿Lo he hecho?”
Me lanza esa mirada severa suya mientras da otro sorbo a la birra. Está totalmente dispuesto a conseguirlo. Sí, él me enseñará como debo hacerlo.
“Si toso lo dejamos. No tengo quince y tampoco quiero recordarlo”
Saca otro piti de su paquete y empieza a fumar de la forma más pedante y arrogante que sabe.
“Eso haberlo pensado antes de empezar a jugar con el humo”
No pasa nadie por la calle, solo estamos los dos sentados en el portal, callados, en acto ceremonial concentrados en mi lección. Noto como evalúa cada intento de inhalación, no sabe que no hay nada que hacer. Yo no fumo, sé perfectamente que a lo que yo hago una vez introduzco el tabaco incandescente en mis labios no se le puede llamar fumar.
“Parece que no lo hagas porque no te da la gana”
El humo se expande hasta rodear su cara. Solemne, ingrávido, disperso: libre.
“¿Puedo besarte?”
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